Tuesday, December 23, 2008

Lejos de Irán

A comienzos de este mes se realizó la visita del presidente ecuatoriano a Irán. Se anunció que los resultados serán óptimos para el Ecuador, pese a que la opinión internacional considera que Irán probablemente está usando a Ecuador para concertar voces a favor del aislamiento al que está sometido por sus propias posturas: amenazas de atacar a Israel y desarrollo de tecnología nuclear al margen de las normas de la Agencia Internacional de Energía Atómica. Con este escenario, me resultó llamativo que a las preguntas de un periodista sobre si al presidente no le molesta entablar relaciones políticas y comerciales con un país al que se lo acusa de violar los derechos humanos, el ministro de defensa ecuatoriano respondiera, en un giro irónico, que nosotros tenemos relaciones políticas y comerciales con EE.UU., que tiene la prisión de Guantánamo, donde se violan los derechos humanos.
Guantánamo es una aberración inexcusable que esperamos que Obama clausure antes de los dos años prometidos. Pero precisamente por eso también conviene recordar qué hace Irán. Su gobierno es el epicentro de la fatwa o sentencia de muerte contra el escritor Salman Rushdie. De hecho, el próximo febrero se cumplen veinte años desde que el ayatolá Khomeiní, autoridad política y religiosa iraní, trasmitiera desde Teherán lo siguiente: "Comunico al orgulloso pueblo musulmán del mundo que el autor del libro Los versos satánicos –libro contra el islam, el Profeta y el Corán– y todos los que hayan participado en su publicación conociendo su contenido, están condenados a muerte."
Se dice que la fatwa ha sido anulada. No es cierto. De hecho no es una fatwa, porque esta se extingue al fallecer la autoridad religiosa que la sentenció. En Irán todavía se la considera válida y por tanto se trata de un "hukm", que no caduca hasta que se cumple. Rushdie vive todavía, pero asesinaron a su traductor japonés Hitoshi Igarashi, hirieron a su traductor italiano Ettore Caprioli y al danés William Nygaard, y encarcelaron a su traductor iraní Amir Ezati. En español, Los versos satánicos, que el lector ecuatoriano puede encontrar en librerías –eso espero–, todavía debe mantener anónimo el nombre de su traductor. Recomiendo la lectura de esta novela. Además de desbordar humor, Los versos satánicos es un logro de escritura y retrata bien nuestra época y los fanatismos religiosos y políticos.
Rushdie no es el único caso. En Irán se cierran periódicos y webs y se encarcelan a escritores. Periodistas Sin Fronteras no duda en llamarla "la mayor cárcel para los periodistas en Medio Oriente". No olvidemos que Irán rompió relaciones con Dinamarca por las publicaciones de las caricaturas de Mahoma en el periódico danés Jyllands-Posten. A este paso, si el gobierno de Teherán se entera que Los versos satánicos circulan libremente por Ecuador, o alguna vez se hace un año viejo de Mahoma, tendremos que pagar consecuencias contra la libertad de expresión por un país que está al otro lado del mundo, mientras seguimos incomunicados, por ejemplo, con nuestro vecino, Colombia. Si no es éticamente honesto comerciar con cualquier país, menos aún lo es poner bajo riesgo la vida y el pensamiento.

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Leonardo Valencia

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El Universo (Ecuador), 23 de diciembre de 2008

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Wednesday, December 10, 2008

Pareja Diezcanseco como posibilidad

Ha concluido el homenaje a nuestro más versátil novelista del siglo XX: Alfredo Pareja Diezcanseco. Ahora hay que releerlo y dar un paso adelante. Las reediciones estudiantiles, esa extraña forma de supervivencia que tiene la novela ecuatoriana, e incluso los homenajes, no dan vida real a las relecturas. La primera etapa de Pareja –hasta Las tres ratas– ha fijado su perfil de novelista, por no hablar de la utilización por parte del discurso nacionalista de sus libros históricos, especialmente de La hoguera bárbara. No conozco, en cambio, ninguna reedición de su novela La advertencia, editada en Argentina en 1956. Es la que menos me gusta: el énfasis político destroza sus diálogos. Me interesa otro Pareja Diezcanseco. Y aquí es donde quisiera dar una lectura alejada del homenaje incondicional.
He lamentado siempre lo que todos celebran: el giro de Pareja hacia la historia. Lo habría preferido dedicado por completo a la novela, incluso lejos de la generación del 30 –el famoso y crudo retrato de Paul Theroux, al encontrarlo en Quito en medio del furor de Carrión e Icaza contra Borges, lo describe menos apasionado. Quizá esa otra lectura, la de sus textos de historiador, ha marginado, por esa mirada de ansiedad identitaria, libros como su ensayo Thomas Mann y el nuevo humanismo, el más alto del pensamiento novelístico de Ecuador en el siglo XX. Es comprensible: su libro sobre Mann dejaba perplejo al crítico, al profesor y al lector ecuatoriano. ¿Qué tiene que hacer un escritor alemán en un medio como el nuestro? Pareja lo sabía y muy bien: todas sus tensiones como escritor, las que lo llevaron a probar varios registros, se condensan a su manera en los conflictos de Mann. Y es que en literatura ninguna obra o tema, de donde sea que provenga, resulta ajeno o extraño, y de allí la pobreza de los maniqueísmos nacionalistas en cultura. Que un lector ecuatoriano pueda acercarse a la novela del mundo gracias a los escritores de su país es, sin duda, una señal de vigor literario. La escisión de Mann entre la exigencia completa de la obra, su herencia burguesa en el puerto de Lübeck, su madre brasileña y los conflictos políticos que le tocó vivir, Pareja los aborda con lucidez y rigor, acaso porque son su espejo problemático. Pareja venía de la burguesía guayaquileña, había viajado por el mundo desde muy joven, su madre era peruana, y la radicalidad del discurso de denuncia de sus contemporáneos parecía no convencerlo del todo. Basta ver cómo afronta el sentido de la forma en Mann y lo que declara el personaje Santiago Pereda en El aire y los recuerdos.
Puede que las obras realistas de Pareja se hayan fijado demasiado a una época y se hayan quedado allí, pero en Hombres sin tiempo, mi preferida, o en el abandono del realismo en Las pequeñas estaturas y en La Manticora –la menos leída, la más difícil y fracasada, la más estimulante–, y sobre todo en su ensayo sobre Mann, hay caminos que se abren con fuerza y que permiten, desde adentro, quebrar la estatua cómoda y dócil que lo petrifica.
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Leonardo Valencia
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El Universo (Ecuador), 9 de diciembre de 2008

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