Wednesday, October 15, 2008

El premio Nobel para los lectores

Guste o no, el Nobel de Literatura permite descubrimientos y, casi siempre, acceso a ediciones inasequibles. Ocurrió el año pasado con Doris Lessing. Muchos de sus libros, sobre todo El cuaderno dorado, eran inhallables. Ahora, con Le Clézio, volveremos a contar con novelas que, como Desierto o El pez dorado, son obras maestras de un autor que se ha arriesgado en la forma novelística y que integra, en sus historias, a varios países y culturas con una generosa apertura hacia el resto del mundo.
Pero este año ocurrió algo particular en las vísperas del premio: las polémicas declaraciones de Horace Engdahl, secretario del comité Nobel desde 1999, en las que criticó a los autores norteamericanos señalando que vivían ensimismados en su cultura, apartados del resto de la literatura mundial. Las reacciones no faltaron, tomando en cuenta que muchos escritores norteamericanos han estado en la lista de los favoritos, en especial Philip Roth. La postura de Engdhal venía de antes. En el congreso de escritores Waltic, el valor de las palabras, que se realizó en Estocolmo en julio pasado, Engdhal dio una conferencia titulada ‘El Premio Nobel, ¿amanecer de un nuevo canon?’ Pude asistir a su conferencia. Engdhal no es un francotirador. Es un hombre sereno y sus palabras fueron serenas, con esa calma de quienes son lectores pacientes. Planteó el escenario de dificultad del premio: uno de ellos es no dejarse llevar por maniqueísmos que confunden la participación cívica con el desarrollo de una obra literaria, utilizándola como arma retórica, así como tampoco por las tendencias de moda. Lo que buscan, aunque puedan errar, y Engdhal insistió en ello, es reconocer obras literarias por su valor intrínseco, una apuesta por el talento que ellos no quieren dar por perdida. No buscan premiar a sus autores por la representatividad que tienen en sus países –la elección de Pamuk, por ejemplo, incomodó a la oficialidad turca–, sino por el aporte de sus obras, como forma de conocimiento, sobre una perspectiva lo más amplia posible sobre la condición humana. La elección de Le Clézio también es una crítica a una parte de la tradición francesa que exalta en forma desmesurada lo nacional frente a lo extranjero.
Todo esto hace que la academia sueca parezca cada vez más periférica, provechosamente periférica. En la quietud de Estocolmo, dieciocho suecos (y alguno que otro finlandés) se esfuerzan por pensar el arte fuera de las presiones editoriales y políticas, apostando por ese territorio frágil de la literatura que se mantiene al margen de los discursos únicos. Fragilidad que, al final, es su gran fuerza. El comité del Nobel sabe que caerá mal y asume el riesgo: no busca contemporizar, y aquí el verbo cumple con sus resonancias.
Quedan muchos autores a la espera de ese premio. Mis favoritos siguen siendo Pascal Quignard y el poeta sirio libanés Adonis. Es indudable que a los grandes escritores el Nobel no les hace falta, pero a todos los lectores nunca les sobra esa invitación a descubrir o releer autores que, cada año, los suecos aportan contra lo que piensa el resto del mundo.
Leonardo Valencia
El Universo, 14 de octubre de 2008

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