Thursday, July 23, 2009

Paso a otro blog

Me he trasladado a este blog: www.tribuerrante.blogspot.com
Leonardo Valencia
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Tuesday, February 17, 2009

El riesgo de contar

Cuenta una historia y llegarás a lo inesperado, poco a poco se abrirán caminos y rutas secundarias, a veces muy débiles, pero que revelarán que la historia no surgió sola, que siempre hay hilos sueltos que llevan a nuevos descubrimientos. A veces uno puede preguntarse por qué esa anécdota o ese personaje llamó la atención de quien la cuenta. Eso lo revelará el mismo relato, si se lo escucha bien. Porque incluso la historia más remota es un espejo cercano, y quien la cuenta está en su centro.
Nicolás Buenaventura es un cuentero, como a él le gusta llamarse. Y es uno de los mejores. Quizás es menos conocido por su otra forma de contar historias: el cine. Su última obra es el documental El encanto de las imposibilidades, resultado de algo que le había ocurrido en Colombia años atrás. Un día, en Cali, escuchó un disco de un compositor francés, Olivier Messiaen. Se trataba de El cuarteto para el fin de los tiempos. Al comienzo del documental, Buenaventura cuenta su experiencia: “Aquella música era un acontecimiento. Ocurría mientras la escuchaba. Como una bella historia bien contada. Quise saber por qué esa música me producía aquel efecto y descubrí que había sido creada en un campo, en la segunda guerra mundial, por cuatro prisioneros”. En efecto, Messiaen compuso su obra en un campo nazi, en Görlitz, el Stalag VIII-A, y la estrenaron allí mismo el 15 de junio de 1941. Lo interesante es que al contar la historia de su búsqueda, Buenaventura recrea las posibles condiciones que tuvieron los músicos en el campo –un violín con un arco de poca crin, un piano desafinado, un clarinete defectuoso, un violonchelo reseco por el frío. Son aspectos que no podemos saber pero que fueron probables. A quien escucha el Cuarteto de Messiaen lo espera una sorpresa, un misterio que nace, precisamente, de esas limitaciones en las que fue creado, con esa incertidumbre de saber cuándo terminará el suplicio de ser prisionero.
Uno se pregunta si el hecho de contar algo no va más allá de aquello que se cuenta, si la búsqueda de lo que se quiere contar no es una invitación abierta a historias inesperadas que merecen recordarse. En el documental, Buenaventura recopila testimonios de otros prisioneros, hace descubrir a intérpretes contemporáneos las dificultades de haber tocado en el campo, rescata a un oscuro bibliotecario polaco que ocultó a Messiaen en una barraca del Stalag VIII-A. Sin ser músico, Buenaventura nos hace descubrir la fascinación de la música y otra fascinación mayor, la que da título a su documental: el encanto de las imposibilidades.
Probablemente ese sea el destino y la grandeza de todos los relatos: el deseo de entender. A quienes creen poseer la verdad les molesta que se sigan contando historias que resquebrajen esa verdad única y la muestren como una versión. El refrán popular es sabio, dice que el pez muere por la boca. Lo que no dice es que muchos se salvan por lo que ha hecho el pez, a veces sin darse cuenta. Ese es el riesgo de contar. Y de escuchar atentamente el cuento.
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Leonardo Valencia
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El Universo (Ecuador), 17 de febrero de 2009

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Tuesday, February 03, 2009

Ecuador en el extranjero

En la reciente gira de la Orquesta Sinfónica de Guayaquil por España e Italia se cancelaron tres de los ocho conciertos planificados. Uno de ellos en Barcelona. Precisamente este año se celebra en el Auditorio de Barcelona el ciclo “Músicas Latinas 2009” como un homenaje a los inmigrantes en Cataluña. Constan Colombia, Perú, Brasil, Cuba y México, pero no está Ecuador en esa programación, siendo su comunidad una de las más importantes de Cataluña. Incluso improvisando a último momento podía haberse presentado en ese ciclo el Julio Jaramillo Sinfónico, pero este concierto fue el que se canceló en la gira.
Una auditoría debería esclarecer a qué se debieron las tres cancelaciones, quiénes son los responsables y cuáles son las pérdidas económicas y, no menores, las culturales. Los organizadores explicaron que se debió a un retraso en los pagos a la Sinfónica de Guayaquil por parte del gobierno. Sin embargo, habría que destacar algo de otro alcance: la absoluta falta de proyección, en términos reales, de los conciertos realizados. En Barcelona una persona cualquiera no podía comprar las entradas porque se manejó como un espectáculo de circuito cerrado. Es decir, no se vendieron entradas. El día de los conciertos no salió ninguna noticia en las agendas culturales y en los días siguientes tampoco salieron notas relevantes en los principales diarios catalanes. Se invitó a la comunidad ecuatoriana, a algunos periodistas y el resto fueron invitaciones de circulación restringida. Aún así no se llenaron todos los teatros, como bien reportó El Universo, que cubrió la gira.
Hay que alegrarse si el presupuesto ecuatoriano permite financiar conciertos gratuitos de Julio Jaramillo y Tchaikovsky para la comunidad ecuatoriana en el extranjero. Pero si no es así, y se manejan fondos culturales para hacer demagogia con los ecuatorianos en el extranjero en tiempos de elecciones, entonces hay que agudizar la crítica y ver qué es lo que está ocurriendo con la cultura y el papel que se le está dando: si se busca una verdadera participación de los artistas en el ámbito internacional o si es una moneda de cambio. Los ecuatorianos merecen que sus artistas no vayan a modo de relleno o por cumplir.
Parte de este problema también radica en los funcionarios de la diplomacia. Los gobiernos de turno que han manipulado al cuerpo diplomático, improvisando embajadores y cónsules que no son de carrera, afectan la atención que merece la cultura en el extranjero. Este gobierno no es la excepción, e incluso sería bueno saber si los consulados y embajadas no se están convirtiendo en discretos puestos para amigos o copartidarios, o incluso idílicos retiros, marginando a los verdaderos profesionales del cuerpo diplomático. Un profesional de la diplomacia sabe –debería saber– que la cultura artística es un valor, no sólo representativo o testimonial, sino un activo cada vez más importante para configurar el imaginario que se tiene de un país. Esto facilita en el extranjero la recepción futura de sus ciudadanos. No basta con que se difunda a medias el arte ecuatoriano. Hay que darlo a conocer de manera efectiva, creer con convicción en él y respetarlo en todas sus manifestaciones.
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Leonardo Valencia
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El Universo (Ecuador), 3 de febrero de 2009

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Tuesday, January 20, 2009

La palabra de Lemkin

A los doce años, un joven polaco de origen judío, Raphael Lemkin, leyó la novela Quo Vadis? y se asombró no sólo porque Nerón hiciera morir a los cristianos en una arena llena de leones, sino que el público romano fuera cómplice y celebrara esa crueldad. Años después, luego de estudios universitarios en filosofía, derecho e idiomas, y de una larga reflexión sobre asesinatos de etnias, ese lector de novelas creó un neologismo que no se registró en Occidente hasta mediados del siglo XX: me refiero a la palabra genocidio.
El alcance de esta palabra va más allá del exterminio sistemático de un grupo humano por otro instituido en el poder. El genocidio incluye el consentimiento unánime del pueblo bajo ese poder, se extiende a borrar los rastros culturales del otro, incluso el traslado de niños del grupo perseguido para darles una cultura diferente, y una serie de barbaries que se resumen en la desaparición –insisto– sistemática, continua y completa de un grupo de personas.
Durante las tres semanas de los ataques de Israel con el propósito de frenar los lanzamientos de misiles Grad por parte del grupo terrorista Hamás, en varias ciudades de todo el mundo se realizaron marchas con justas reclamaciones de dolor e indignación por la muerte de civiles. En esas marchas no faltaron añadidos gratuitos. Se hicieron montajes de la bandera israelí, reemplazando la estrella de David con la esvástica nazi. Uno de los más recurrentes fue la petición de parar el “genocidio palestino”. Es imposible pasar por alto el sufrimiento de inocentes en Palestina, tanto como los atentados de Hamás. Esas son verdades evidentes, donde afincarse en una no permite ver lo que ocurre con la otra.
Yo sólo quiero detenerme en la palabra de Lemkin. No podemos hablar de “genocidio palestino” por más prepotente que haya sido la incursión militar de Israel. Asociar su táctica de guerra con la sistemática atrocidad de un genocidio, y más si se alude a los nazis, es no entender la resonancia de la Historia en el alcance de una palabra.
Israel ha actuado sólo porque siempre ha estado sólo, porque el judío no tuvo durante décadas el apoyo de interlocutores –inmediatos y globales– que, hoy por hoy, tiene Palestina, aunque apenas sea en ayuda humanitaria o en manifestaciones de rechazo. Ese pasado solitario pesa en Israel. Cuando se persiguió a los judíos en la Alemania de Hitler ningún gobierno reaccionó a su favor. Fue precisamente un judío como Lemkin el que tuvo que dar con una palabra como genocidio. Pero no la confundamos. En esa palabra están los crímenes que sufrieron millones no sólo de judíos, sino de armenios y tutsis. Usar en vano la palabra genocidio también es ir contra el dolor de los palestinos inocentes, que sufren las consecuencias de una guerra por una facción radical que pretende dar un solo rostro a Palestina, al igual que contra el dolor de los judíos que no aprueban lo que hace el gobierno de Israel. Para anticiparse a ese horror, e incluso para no instigar el rencor, hay que cuidar las generalizaciones y reservar la palabra de Lemkin.
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Leonardo Valencia
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El Universo (Ecuador), 20 de enero de 2009

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Tuesday, January 06, 2009

Telmo Herrera en París

Más de un ecuatoriano ha recorrido el noreste del octavo distrito de París buscando el número 26 de la calle Cardinet, donde vivió Montalvo los últimos años de su vida. En diciembre, la calle es desolada frente al resto del bullicio parisino. Yo no lo sabía, a pesar de la advertencia del fotógrafo argentino Daniel Mordzinski, con quien me había citado a la entrada del cercano parque Monceau. Luego de explicarle mis razones para caminar por allí (¿se puede explicar un fetichismo literario?) me sugirió ir a un sitio “con más vida”. Me quedó resonando su frase quizá porque los homenajes al pasado, realizado o incumplido, descuidan la promesa del presente.
Precisamente por recorrer los lugares de Montalvo no pude llegar ese día a la obra teatral que el escritor ecuatoriano Telmo Herrera ha montado en el pequeño teatro Neslé, en Saint Germain de Prés. Así que también le expliqué a Mordzinski, sabiendo de su afición por fotografiar escritores, quién es Telmo Herrera, que lleva viviendo más años que él en París, desde la década del setenta, y que no perdiera la oportunidad de fotografiarlo. De hecho, años atrás, lamenté no llevar una cámara conmigo cuando me encontré con Herrera al pie del Pompidou: me sorprendió su larga barba y su sonriente bicicleta en medio del alboroto turístico del Marais.
Herrera dará mucho que hablar este año. Lleva meses preparando una obra teatral del recientemente fallecido nobel inglés, Harold Pinter. En unos meses saldrá en Ecuador su nueva novela “El cura loco y las treinta y siete vírgenes de Santa Rosa”, que ya fuera publicada en Francia en 2005, escrita originalmente en francés. Herrera es nuestro Nabokov: tiene la destreza para escribir en otro idioma y luego, de vuelta, reinventarse en el nuestro. He recomendado su novela “La cueva”, que también en este año saldrá reeditada en la colección de novelas de la Biblioteca de la Municipalidad de Guayaquil, y que nos da las razones de exilio de un ecuatoriano el día anterior a su partida. Autor torrencial, Herrera es un contador de historias nato con un talento para dar giros de humor a sus novelas. O a las obras de teatro que lleva a escena, como la que pude finalmente ver en el Neslé, “Un air de famille”, basada en una historia de Agnès Jaoui.
En silencio, Herrera hace su obra, y los reconocimientos le llegan, siempre en el extranjero. En los próximos meses se le dedicará toda una semana de homenaje en Ginebra, abarcando sus distintas facetas de escritor, pintor y actor. Lo que me intriga es el deseo de Herrera de dejar póstuma su novela “El pájaro exótico” donde cuenta sobre la llegada a París de un ecuatoriano y la dureza de la adaptación. Ojalá que con Herrera no ocurra como con algunos manuscritos de Montalvo, que esperaron años después de su muerte para publicarse. Quizá estas líneas quieren evitar el riesgo de pérdida o destiempo. La peripecia es que, en el mismo edificio donde vive Herrera, dos incendios estuvieron a punto de acabar con sus escritos. No tardemos en leerlo: el fuego ronda lo que escribe.
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Leonardo Valencia
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El Universo (Ecuador), 6 de enero de 2009

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Tuesday, December 23, 2008

Lejos de Irán

A comienzos de este mes se realizó la visita del presidente ecuatoriano a Irán. Se anunció que los resultados serán óptimos para el Ecuador, pese a que la opinión internacional considera que Irán probablemente está usando a Ecuador para concertar voces a favor del aislamiento al que está sometido por sus propias posturas: amenazas de atacar a Israel y desarrollo de tecnología nuclear al margen de las normas de la Agencia Internacional de Energía Atómica. Con este escenario, me resultó llamativo que a las preguntas de un periodista sobre si al presidente no le molesta entablar relaciones políticas y comerciales con un país al que se lo acusa de violar los derechos humanos, el ministro de defensa ecuatoriano respondiera, en un giro irónico, que nosotros tenemos relaciones políticas y comerciales con EE.UU., que tiene la prisión de Guantánamo, donde se violan los derechos humanos.
Guantánamo es una aberración inexcusable que esperamos que Obama clausure antes de los dos años prometidos. Pero precisamente por eso también conviene recordar qué hace Irán. Su gobierno es el epicentro de la fatwa o sentencia de muerte contra el escritor Salman Rushdie. De hecho, el próximo febrero se cumplen veinte años desde que el ayatolá Khomeiní, autoridad política y religiosa iraní, trasmitiera desde Teherán lo siguiente: "Comunico al orgulloso pueblo musulmán del mundo que el autor del libro Los versos satánicos –libro contra el islam, el Profeta y el Corán– y todos los que hayan participado en su publicación conociendo su contenido, están condenados a muerte."
Se dice que la fatwa ha sido anulada. No es cierto. De hecho no es una fatwa, porque esta se extingue al fallecer la autoridad religiosa que la sentenció. En Irán todavía se la considera válida y por tanto se trata de un "hukm", que no caduca hasta que se cumple. Rushdie vive todavía, pero asesinaron a su traductor japonés Hitoshi Igarashi, hirieron a su traductor italiano Ettore Caprioli y al danés William Nygaard, y encarcelaron a su traductor iraní Amir Ezati. En español, Los versos satánicos, que el lector ecuatoriano puede encontrar en librerías –eso espero–, todavía debe mantener anónimo el nombre de su traductor. Recomiendo la lectura de esta novela. Además de desbordar humor, Los versos satánicos es un logro de escritura y retrata bien nuestra época y los fanatismos religiosos y políticos.
Rushdie no es el único caso. En Irán se cierran periódicos y webs y se encarcelan a escritores. Periodistas Sin Fronteras no duda en llamarla "la mayor cárcel para los periodistas en Medio Oriente". No olvidemos que Irán rompió relaciones con Dinamarca por las publicaciones de las caricaturas de Mahoma en el periódico danés Jyllands-Posten. A este paso, si el gobierno de Teherán se entera que Los versos satánicos circulan libremente por Ecuador, o alguna vez se hace un año viejo de Mahoma, tendremos que pagar consecuencias contra la libertad de expresión por un país que está al otro lado del mundo, mientras seguimos incomunicados, por ejemplo, con nuestro vecino, Colombia. Si no es éticamente honesto comerciar con cualquier país, menos aún lo es poner bajo riesgo la vida y el pensamiento.

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Leonardo Valencia

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El Universo (Ecuador), 23 de diciembre de 2008

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Wednesday, December 10, 2008

Pareja Diezcanseco como posibilidad

Ha concluido el homenaje a nuestro más versátil novelista del siglo XX: Alfredo Pareja Diezcanseco. Ahora hay que releerlo y dar un paso adelante. Las reediciones estudiantiles, esa extraña forma de supervivencia que tiene la novela ecuatoriana, e incluso los homenajes, no dan vida real a las relecturas. La primera etapa de Pareja –hasta Las tres ratas– ha fijado su perfil de novelista, por no hablar de la utilización por parte del discurso nacionalista de sus libros históricos, especialmente de La hoguera bárbara. No conozco, en cambio, ninguna reedición de su novela La advertencia, editada en Argentina en 1956. Es la que menos me gusta: el énfasis político destroza sus diálogos. Me interesa otro Pareja Diezcanseco. Y aquí es donde quisiera dar una lectura alejada del homenaje incondicional.
He lamentado siempre lo que todos celebran: el giro de Pareja hacia la historia. Lo habría preferido dedicado por completo a la novela, incluso lejos de la generación del 30 –el famoso y crudo retrato de Paul Theroux, al encontrarlo en Quito en medio del furor de Carrión e Icaza contra Borges, lo describe menos apasionado. Quizá esa otra lectura, la de sus textos de historiador, ha marginado, por esa mirada de ansiedad identitaria, libros como su ensayo Thomas Mann y el nuevo humanismo, el más alto del pensamiento novelístico de Ecuador en el siglo XX. Es comprensible: su libro sobre Mann dejaba perplejo al crítico, al profesor y al lector ecuatoriano. ¿Qué tiene que hacer un escritor alemán en un medio como el nuestro? Pareja lo sabía y muy bien: todas sus tensiones como escritor, las que lo llevaron a probar varios registros, se condensan a su manera en los conflictos de Mann. Y es que en literatura ninguna obra o tema, de donde sea que provenga, resulta ajeno o extraño, y de allí la pobreza de los maniqueísmos nacionalistas en cultura. Que un lector ecuatoriano pueda acercarse a la novela del mundo gracias a los escritores de su país es, sin duda, una señal de vigor literario. La escisión de Mann entre la exigencia completa de la obra, su herencia burguesa en el puerto de Lübeck, su madre brasileña y los conflictos políticos que le tocó vivir, Pareja los aborda con lucidez y rigor, acaso porque son su espejo problemático. Pareja venía de la burguesía guayaquileña, había viajado por el mundo desde muy joven, su madre era peruana, y la radicalidad del discurso de denuncia de sus contemporáneos parecía no convencerlo del todo. Basta ver cómo afronta el sentido de la forma en Mann y lo que declara el personaje Santiago Pereda en El aire y los recuerdos.
Puede que las obras realistas de Pareja se hayan fijado demasiado a una época y se hayan quedado allí, pero en Hombres sin tiempo, mi preferida, o en el abandono del realismo en Las pequeñas estaturas y en La Manticora –la menos leída, la más difícil y fracasada, la más estimulante–, y sobre todo en su ensayo sobre Mann, hay caminos que se abren con fuerza y que permiten, desde adentro, quebrar la estatua cómoda y dócil que lo petrifica.
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Leonardo Valencia
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El Universo (Ecuador), 9 de diciembre de 2008

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